El libro ‘Testigo de un siglo’ recoge la labor del aragonés Antonio Monzón, una de las figuras clave de la transformación forestal de España entre los 50 y los 80
Los ingenieros de montes no suelen aparecer en los titulares. Su cometido en pro de ese bien común, universal y esencial que es la naturaleza suele quedar reducido a la satisfacción propia en beneficio del colectivo. Antonio Monzón Perala, nacido en Calatayud hace exactamente 100 años, fue uno de esos actores decisivos en la transformación de España desde el punto de vista forestal y su acción trascendió con misiones en África y América. Una labor que inmortalizó a modo de memorias en unos textos que ahora ven la luz en forma del libro ‘Testigo de un siglo’, editado por Universo de Letras.
«Mi padre, que falleció en 2017, me entregó sus memorias y decidí darle este homenaje póstumo. Quien quiera conocer cómo era la vida de un forestal español del siglo XX, aquí tiene un buen ejemplo. No es el relato de un político, sino de un funcionario que fue un gran defensor de lo público. ‘Quien vive en el monte, lo conoce y es quien mejor lo puede defender’. ¡Cuántas veces se lo escuché decir», explica con emoción su hijo, Antonio Monzón Fueyo, abogado y economista y responsable de que esta historia vea la luz.
La profesión de ingeniero de Montes surgió en España hace 175 años, en 1848. Desde entonces, se ha dedicado ininterrumpidamente a la gestión, conservación y mejora de la naturaleza: la creación del servicio hidrológico-forestal, de los espacios naturales protegidos, de los servicios contra incendios forestales, de los organismos de investigación forestal, la regulación y fomento de la caza y de la pesca, la creación de la piscicultura continental, la defensa y ampliación de la propiedad pública forestal, la repoblación forestal, o los métodos sostenibles de aprovechamiento forestal.
Una labor vocacional para Antonio Monzón, cuyos logros sintetiza Ignacio Pérez-Soba, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes en Aragón, quien conoció al protagonista. «Antonio Monzón desarrolló una actividad incansable en el este y nordeste de España, en las provincias de Castellón, Tarragona, Lérida, Barcelona y Baleares. Repobló más de 40.000 hectáreas, fue el promotor de la creación de la Reserva Nacional de Caza de los Puertos de Beceite, y director del Parque Nacional de Aigües Tortes, entre otros muchos logros. Es un ejemplo paradigmático de unas generaciones de ingenieros de Montes que en las décadas de 1940 a 1980 restauraron y mejoraron millones de hectáreas a lo largo y ancho de España. Gracias en gran medida a esos esfuerzos, nuestra nación ha pasado del desolador panorama forestal de comienzos del siglo XX a una realidad que (con mucho aún por hacer) sitúa a España como un país que, desde un punto de vista objetivo, es muy forestal».
En aquellos tiempos de posguerra en los que inició su carrera Monzón, las condiciones no eran las mejores. «Se trabajaba en unas circunstancias penosas y precarias, lo cual subraya el mérito de lo conseguido. Hasta bien entrada la década de 1960 no se usó de manera general la maquinaria, por lo que los trabajos se hacían a mano o con animales. Por eso, en efecto, a falta de martillos neumáticos, se usaba dinamita para poder abrir caminos en terrenos rocosos. Fueron asombrosos la entrega y el sacrificio de los trabajadores, que asumieron riesgos que hoy nos parecen altísimos», detalla Pérez-Soba.
También en el extranjero
La pasión inagotable del bilbilitano por su oficio y sus ansias de novedad le llevaron a participar también en acciones internacionales en varios continentes. «Fue uno de los ingenieros de Montes más activos en misiones de cooperación internacional forestal en las décadas de 1970 y de 1980, dirigiendo proyectos y estudios para organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Instituto de Cooperación Iberoamericana o el Banco Interamericano de Desarrollo. Fueron muchos, variados, y en todos prestigió a la ingeniería de Montes española en las instancias internacionales, pero quizá su proyecto más relevante fuera el que desarrolló junto con otro gran ingeniero de montes español, Antonio Pérez-Soba, en Tarija (Bolivia), cuya comarca sufría un gravísimo problema de erosión y deforestación, que fue corregido gracias al proyecto de restauración hidrológico-forestal hecho por estos ingenieros», indica el decano.
Todas estas ‘aventuras’ son relatadas pormenorizadamente, mezclando lo estrictamente profesional con pinceladas más personales en las 750 páginas de este volumen. Sin olvidar en ningún momento sus raíces aragonesas. «Mi madre es zaragozana neta, con su casa a menos de cien metros del Pilar. La reforma de la plaza del Pilar echó a tierra la casa y la clínica veterinaria de mi abuelo, y la sustituyó por lo que hoy de llama Hospedería del Pilar…», relata en el libro Monzón.
Precisamente, Pérez-Soba enfatiza el profundo sentimiento aragonés del bilbilitano pese a que desarrolló el grueso de su trayectoria lejos de su tierra: «Monzón nació en Calatayud, de padres aragoneses (su padre procedía de Lécera y su madre de Zaragoza). Aunque, por circunstancias de la vida, desarrolló su labor profesional fuera de nuestra región, estuvo siempre muy orgulloso de ser aragonés, lo que me manifestó muchas veces. En efecto, sus memorias están empapadas de humor y socarronería aragoneses, y además las termina, viendo ya cercana la muerte, encomendándose a la Virgen del Pilar, para que ‘ayude nuevo a un aragonés'».